FABRICANTE DE LAGRIMAS
Una nueva casa
Vestida de dolor, ella seguía siendo lo más bello y resplandeciente del mundo.
—Quieren adoptarte.
Jamás pensé que oiría aquellas palabras en toda mi vida. Cuando era una niña, lo había deseado tanto que por un momento dudé de si me había quedado dormida y estaba soñando. De nuevo.
Sin embargo, aquella no era la voz de mis sueños. Era el áspero tono de voz de la señora Fridge, aderezado con aquel matiz de contrariedad del que nunca nos privaba.
—¿A mí? —respondí con un hilo de voz, incrédula.
Me miró con el labio superior fruncido.
—A ti.
—¿Está segura?
Apretó la pluma con sus dedos grasientos y la mirada que me lanzó me hizo encogerme de hombros al instante.
—¿Ahora te has vuelto sorda? —ladró con fastidio—. ¿O acaso insinúas que la sorda soy yo? ¿Es que el aire libre te ha taponado los oídos?
Me apresuré a sacudir la cabeza, negando con los ojos desorbitados por la estupefacción. No era posible. No podía serlo
Nadie quería adolescentes. Nadie quería a los mayores, nunca, por algún motivo. Era un dato contrastado. Pasaba un poco como con los perros: todos querían cachorritos, porque eran muy monos, inocentes, fáciles de adiestrar, pero nadie quería a los perros que llevaban allí toda la vida. No había resultado una verdad fácil de aceptar para mí, que me había hecho mayor bajo aquel techo
Cuando eras pequeña, al menos te miraban. Pero a medida que ibas creciendo, las miradas cada vez se volvían más circunstanciales y su compasión te esculpía para siempre entre aquellas cuatro paredes. Sin embargo, ahora… ahora…
—La señora Milligan quiere hablar un momento contigo. Te espera abajo; enséñale la institución mientras dais un paseo y procura no estropearlo todo. Contente, no empieces con tus rarezas y, a lo mejor, con un poco de suerte, lograrás salir de aquí.
Yo estaba hecha un flan.
Mientras bajaba, sintiendo el roce del vestido bueno en las rodillas, volví a preguntarme si aquello no sería otra de mis innumerables fantasías.
Era un sueño. Al pie de la escalera me recibió un rostro amable; pertenecía a una mujer de edad más bien avanzada que estrechaba un abrigo entre sus brazos.
—Hola —saludó sonriente, y me percaté de que sin duda me estaba mirando a mí, directamente a los ojos, lo cual era algo que no me sucedía desde hacía muchísimo tiempo. —Buenos días… —exhalé con un hilo de voz.
Me dijo que me había visto antes, en el jardín, cuando franqueó la verja de hierro forjado: me distinguió entre la hierba sin cortar y las franjas de luz que se filtraban a través de los árboles.
—Yo soy Anna —se presentó cuando comenzamos a pasear.
Su voz era aterciopelada, como templada por los años, y yo me quedé mirándola fascinada; me preguntaba si era posible quedarse prendada de un sonido o encariñarse de algo que apenas se acababa de oír por primera vez. —¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
—Nica —respondí, tratando de contener la emoción—. Me llamo Nica.
Ella me observó con curiosidad, y yo ni siquiera me fijaba en dónde ponía los pies, de tanto como deseaba corresponder a su mirada.
—Es un nombre realmente peculiar. No lo había oído nunca, ¿sabes?
—Sí… —Noté que la timidez hacía que mi rostro pareciera evasivo e inquieto—. Me lo pusieron mis padres. Ellos… hum… eran biólogos, los dos. Nica es el nombre de una mariposa.
Recordaba muy poco de mi padre y de mi madre. Y muy vagamente, como si los percibiera a través de un cristal muy empañado. Si cerraba los ojos y permanecía en silencio, podía ver sus rostros desenfocados mirándome desde lo alto.
Tenía cinco años cuando murieron.
Su afecto era una de las pocas cosas que recordaba, y lo que echaba de menos más desesperadamente.
—Es un nombre muy bonito. Nica… —pronunció mi nombre redondeando los labios, casi como si quisiera saborear su sonido—. Nica —repitió con decisión, y después asintió con delicadeza.
Me miró directamente al rostro y yo sentí que me iluminaba. Tenía la sensación de que mi piel se volvía dorada, como si pudiera brillar solo por una mirada correspondida. Y eso no era poco. No para mí.
Estuvimos un rato paseando por la institución. Me preguntó si llevaba mucho tiempo allí y le respondí que prácticamente había crecido en aquel lugar. Hacía un día muy bueno y dimos una vuelta por el jardín, pasando junto a la hiedra trepadora.
—¿Qué estabas haciendo antes… cuando te vi? —me preguntó entre un comentario intrascendente y otro, mientras me señalaba un rincón algo alejado, junto a unos retoños de brezo silvestre.
Mis ojos volaron hasta aquel punto y, sin saber por qué, sentí el impulso de ocultar las manos. «No empieces con tus rarezas», me había advertido la señora Fridge, y aquella frase ahora parpadeaba en mi cabeza.
—Me gusta estar al aire libre —dije despacio—. Me gustan… las criaturas que viven a mi alrededor.
—¿Hay animales aquí? —preguntó ella, con cierta ingenuidad, pero había sido yo quien no se había explicado bien, y lo sabía.
—De los más pequeños, sí… —respondí con vaguedad, con cuidado de no pisar un grillo—. De esos que a menudo ni siquiera vemos…
Me puse un poco colorada cuando mi mirada se cruzó con la suya. Pero ella no volvió sobre el tema. Compartimos un leve silencio, entre los chirridos de los arrendajos y los susurros de los niños que nos espiaban desde la ventana.
Me dijo que su marido llegaría de un momento a otro. «Para conocerme», dio a entender, y sentí que el corazón me volvía ligera, como si pudiera volar. Mientras regresábamos, me pregunté si podría embotellar aquella sensación y guardarla para siempre. Esconderla en la funda de la almohada y verla relucir como una perla en la penumbra de la noche.
Hacía mucho tiempo que no me sentía tan feliz. —Jin, Ross, no corráis —dije divertida cuando los dos niños pasaron entre ambas, agitando la falda de mi vestido. Se rieron con ganas y siguieron escaleras arriba, haciendo crujir las viejas tablas.
Cuando mis ojos volvieron a encontrarse con los de la señora Milligan, me percaté de que me estaba observando. Miraba alternativamente mis iris con un atisbo de lo que casi podría calificarse como… admiración.
—Tienes unos ojos muy hermosos, Nica —me dijo al cabo de un instante, sin previo aviso—, ¿lo sabías? Me mordí los carrillos de la vergüenza y no hallé palabras con que responder.
—Te lo deben de haber dicho muchas veces —insistió, discreta, animándome a responderle, pero lo cierto era que no, en el Grave nadie me había dicho jamás nada por el estilo.
Los niños más pequeños me preguntaban ingenuamente si veía en colores como las demás personas. Decían que tenía los ojos del color del cielo cuando llora, porque eran de un gris sorprendentemente claro, moteado, fuera de lo común. Sabía que a muchos les parecían extraños, pero nadie me había dicho jamás que los encontrara bonitos.
Aquel cumplido hizo que me temblaran los dedos imperceptiblemente.
—Yo… No…, pero gracias —balbuceé azorada, lo cual la hizo sonreír. Me pellizqué el dorso de la mano con disimulo y acogí aquel sutil dolor con una alegría infinita.
Era real. Todo era real.
Aquella mujer estaba allí de verdad.
Una familia, para mí… Una vida con la que poder comenzar de nuevo fuera de allí, fuera del Grave…
Siempre había creído que me quedaría encerrada entre aquellas paredes por mucho tiempo. Dos años más, hasta que cumpliera diecinueve; mientras no se demostrara lo contrario, en el estado de Alabama uno se convertía en adulto a esa la edad.
Pero ahora ya no, ahora no tendría que esperar a ser mayor de edad. No, se había acabado lo de rezar para que alguien viniera a buscarme…
—¿Qué es eso? —inquirió de pronto la señora Milligan. Había alzado la cabeza y escrutaba atentamente el aire que la rodeaba.
Al instante, yo también la escuché. Una melodía bellísima. Allí, entre las grietas y el revoque desconchado, resonaron las vibraciones de unas notas armoniosas y profundas.
Una música angelical se propagó por las paredes del Grave, cautivadora como el canto de una sirena, y sentí que los nervios se me encrespaban en la carne.
La señora Milligan se alejó fascinada, siguiendo el sonido, y yo no pude hacer otra cosa que ir tras ella, rígida. Llegó frente al arco de una sala, nuestro salón, y allí se detuvo.
Se quedó quieta, como hechizada, mirando la fuente de aquella maravilla invisible: el viejo piano de pared, obsoleto y algo desafinado, que sin embargo seguía cantando.
Y, sobre todo, aquellas manos… Aquellas manos blancas, con las muñecas bien definidas, que se deslizaban fluidas y sinuosas por la dentadura de las teclas.
—¿Quién es…? —exhaló la señora Milligan al cabo de un instante—. ¿Quién es ese chico?
Apreté los dedos entre los pliegues de mi vestido; titubeé, y él, al fondo de la sala, dejó de tocar.
Apartó los brazos, poco a poco, con los hombros erguidos, relajados, recortados contra la pared.
Y entonces, sin prisa, como si lo hubiera previsto, como si ya lo supiera, se volvió.
Al girarse, vimos una aureola de cabello espeso y negro como ala de cuervo. Un rostro pálido, de mandíbula pronunciada, en el que destacaban dos ojos almendrados más oscuros que el carbón.
Y allí estaba, con su encanto letal. La belleza perversa de sus rasgos, con aquellos labios blancos y las facciones finamente cinceladas, hizo enmudecer a la señora Milligan, que permanecía a mi lado.
Nos miró por encima del hombro, con unos mechones de pelo rozándole los altos pómulos y la mirada baja, brillante. Sentí un escalofrío y tuve la certeza de que estaba sonriendo.
—Es Rigel.
20 Sustantivos:
1. casa
2. dolor
3. mundo
4. palabras
5. voz
6. tono
7. matiz
8. cabeza
9. vestido
10. escalera
11. rostro
12. abrigo
13. jardín
14. mariposa
15. padre
16. madre
17. afecto
18. mirada
19. silencio
20. sueño
20 Adjetivos:
- nueva
- bello
- resplandeciente
- áspero
- contrariado
- seguro
- graso
- complicado
- pequeña
- vieja
- amable
- avanzada
- curiosa
- inquieta
- tímida
- peculiar
- bonito
- claro
- hermoso
- blanca
20 Adverbios:
- jamás
- entonces
- aún
- de
nuevo
- mucho
- siempre
- allí
- despacio
- más
- ahora
- sin
embargo
- casi
- tan
- menos
- rápidamente
- nunca
- tal
vez
- realmente
- lentamente
- por
supuesto
20 Preposiciones:
- de
- a
- en
- con
- para
- entre
- sobre
- por
- desde
- hacia
- contra
- durante
- hacia
- junto
a
- hasta
- sin
- ante
- bajo
- tras
- durante
20 Conjunciones:
- y
- pero
- que
- o
- porque
- cuando
- si
- aunque
- mientras
- por
lo tanto
- así
que
- como
- entonces
- mientras
que
- hasta
que
- además
- a menos
que
- pues
- luego
- ni
20 Pronombres:
- ella
- yo
- ti
- me
- a mí
- tú
- nosotros
- nadie
- nadie
- él
- lo
- le
- su
- las
- ellos
- la
- usted
- esto
- aquel
- alguno
20 Verbos:
- seguir
- pensar
- oír
- responder
- mirar
- fruncir
- negar
- apresurarse
- preguntar
- decir
- ver
- quedarse
- gustar
- distinguir
- sonar
- sentir
- observar
- acercarse
- reír
- tocar
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